La sostenibilidad de la vida y la eliminación de la violencia contra la mujer

Violencia, de acuerdo con la Organización Panamericana de la Salud, es el uso intencional de la fuerza física o el poder real o como amenaza contra uno mismo, una persona, grupo o comunidad que tiene como resultado la probabilidad de daño psicológico, lesiones, la muerte, privación o mal desarrollo. En ese sentido, la opresión es un tipo de violencia que surge en cualquier situación de dominio, una de las más comunes es la de la dependencia económica de las mujeres (1).

¿Qué significa tal dependencia económica? Desde la economía convencional, no hay otro trabajo a considerar más que el mercantil, el trabajo que se compra y se vende por un salario, sobre esta visión restringida del trabajo, la economía feminista destaca que quedan fuera las mujeres y la dimensión de género (1). Picchio (1992 en: Brunet y Santamaría 2016) plantea que para comprender las características generales y persistentes del trabajo asalariado “debemos investigar el lado oculto del trabajo de las mujeres: el trabajo de reproducción, habitualmente definido como ‘trabajo doméstico’”. Esto es así porque el trabajo de la reproducción o doméstico-familiar es el factor explicativo del empleo femenino. No sólo porque el trabajo reproductivo condiciona la actividad laboral de las mujeres, sino porque ese trabajo doméstico-familiar constituye, además, el núcleo de las desigualdades de género (1). A esto le podemos agregar que, cuando se trata de trabajo asalariado, suele ser precarizado en tanto la actividad a desempeñar esté asociada al trabajo doméstico: limpieza, cuidado de las y los enfermos y personas mayores, educación de las y los niños, atención emocional, entre otras; es decir, lo que vemos es un desprecio sistemático hacia las actividades relacionadas con el trabajo doméstico y el uso del trabajo reproductivo para perpetuar la dinámica capitalista. Por lo anterior, cabe señalar la situación de precariedad de las trabajadoras y trabajadores académicos pues, precisamente, la labor docente es un trabajo feminizado que implica la realización de actividades no remuneradas.

Ante este panorama de círculo vicioso del capitalismo, en donde se ha pretendido capitalizar el grabajo doméstico en lugar de humanizar el trabajo en general, Amaia Pérez (2011) plantea que lo que estamos afrontando es una crisis sistémica y civilizatoria, en la que lo que necesitamos cuestionar es el conjunto del “proyecto modernizador”, la idea misma de desarrollo, progreso y crecimiento. Para ello, si partimos de lo que consideramos vida o de lo que es vital para nuestra subsistencia, notaremos que hay una incompatibilidad vida-capitalismo, De acuerdo con lo que plantea Butler (2010, en: Pérez 2011) “la vida exige que se cumplan varias condiciones sociales y económicas para que se mantenga como tal”. La única vía para cumplir tales condiciones es mediante la interacción: “implica […] la dependencia de unas personas que conocemos, o apenas conocemos, o no conocemos”. Reconocer dicha dependencia o vulnerabilidad no es aceptar un mal, “sino la potencia que hay ahí: la posibilidad de sentirnos afectados por lo que les ocurre al resto, y la constatación de que la vida es siempre vida en común, en interdependencia; y en ecodependencia, dependemos de los recursos naturales y energéticos que nos sustentan” (Butler, 2010 en: Pérez 2011).

Amaia Pérez (2011), recalca la inevitabilidad de esa interdependencia y que es importante deconstruir las relaciones de asimetría y jerarquía, donde ciertos sujetos o colectivos, asociados a la feminidad, son unilateralmente calificados como dependientes (con las connotaciones de parasitismo que de aquí se derivan); mientras que otros, asociados a la masculinidad, son socialmente legitimados como independientes en aras de sus aportes a los mercados pero, en realidad, es un espejismo que solo se mantiene en base a ocultar las dependencias y a los sujetos que se hacen cargo de ellas. La cuestión es cómo hacer para que la interdependencia se dé en términos de reciprocidad (2).

  1. Ignasi Brunet y Carlos Santamaría (2016). La economía feminista y la división sexual del trabajo. Culturales. Época II – Vol. IV – Núm. 1, 61-86
  2. Pérez, A. (2011). Crisis multidimensional y sostenibilidad de la vida. Investigaciones Feministas, 2, 29-53.

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